El mundo se hace más grande para el que vive en detalles, se hace más amplio para quien disfruta del paso del tiempo.
Cuando pienso en mi mamá, pienso en un samán.
Pienso en un andar firme, un baile balanceado...
Pienso en una casa grande, en una sombra abierta.
Mi mamá tiene una risa de impulso,
y un amor por la familia que parece de hace más vidas.
Cuando nació Daniela, mi mamá le decía a su "mono":
"Monito, vayan, se compran el periódico, se toman un cafecito, y en esa hora yo habré logrado organizar".
Recogiendo en detalles rápidos,
y haciéndose amiga de la rutina eficaz,
parece que mi mamá terminaba mucho antes que el reloj.
Se sentaba, miraba el apartamento... y parpadeaba...
Cuando será que llega Daniela a desordenar?
De mi mamá conocemos el cuidado:
de cómo a veces se ve incómodo, casi como un error;
sabemos que, con el paso del tiempo, el mismo error sabe vestirse de gracia serena,
como un regalo...
como mi papá,
como ellos dos.
De la vida en rutina con "su mono" y su primer "gatito" aprendió a bailar:
Observó con curiosidad el potencial del caos:
lo acarició, lo cargó, le brindó miradas honestas,
y de tanto amor darle,
lo ordenó.
De mis desordenes favoritos:
el picnic nocturno en la sala,
la casa hecha de luces debajo del árbol de navidad,
los cambuches improvisados en Castropol,
y nosotros seis, debajo de una cobija que alcanzaba para otro par de siglos...
La transformación encuentra una buena amiga en mi mamá,
se abrazan en un aprecio sin palabras,
y viajan en una elegancia primitiva.
Ella tiene un caos lento, hecho para saborear la vida,
un gusto sutil por el vino,
y una profunda admiración por existir.
Mi mamá dice que el desorden es vida, es movimiento,
y de su mano sabemos hoy que la transformación es leve;
que tiene la sabiduría de volverse de a pocos profunda, (para no asustar),
y para poder luego desembocar en canto.
Así llegó ella,
con una Fé gigante, hecha para entender esta canción.
